viernes, 21 de mayo de 2010

Beach House / Ciudad de México / 13.05.2010

Camina sin zapatos como cuando sale a pasear al parque, pero vestido con la elegancia de quien va a la primera cita. Justo detrás de él viene una mujer con el look de una femme fatale. Alex toma asiento y empuña su guitarra. Entonces basta que su compañera Victoria Legrand entone los versos de Walk in the park –los primeros de la noche- para que cada par de oídos presentes en el Lunario del Auditorio Nacional se acuerde de qué diablos está haciendo aquí parado esta noche.

Después de la tediosa presentación de una banda telonera cuyo nombre y propuesta nadie acierta a recordar, suenan cinco minutos de andrógina dulzura que empapan al respetable y de golpe le refrescan la memoria. Cinco minutos para que la gente recuerde que está aquí para disfrutar la llovizna bajo techo que Beach House viene a ofrecer en su primera cita con la Ciudad de México.
El click es inmediato. Nadie puede despegar un ojo del escenario porque la aplastante personalidad de Victoria no está dispuesta a permitirlo. Medias de red, melena tremendamente alborotada y maquillaje que no necesita de espejos. El marco perfecto para despistar, pues la atípica voz de la francesa de Baltimore ya la hace profundamente atractiva.

Sentado a su derecha está Alex, sereno como quien no tiene nada que temer. Con los ojos cerrados y la sonrisa en la boca, levanta la cara para bañarse de luz, a veces verde, a veces roja, a veces azul y a veces solamente luz. Tiene un semblante de esfuerzo, pero no de un esfuerzo sufrido, sino esfuerzo de alguien que entrega el cuerpo y el alma en cada nota. Alex no es un virtuoso, ni necesita serlo. Su talento se escucha y se respira en cada riff que ha tocado esta noche. El público en el Lunario lo sabe perfectamente.

Así navegan en el barco que ha zarpado de su casa en la playa. Victoria y la finura de sus dedos mueven el timón encarnado en órgano y Alex viaja descalzo: cómodo y elegante. Por momentos la lluvia bajo techo arrecia y a ambos se les nota: él se pone de pie y ella encorva la espalda, amagando con perder el control. Temas como Norway, Heart of Chambers, Used to be y Zebra aparecen y los sonidos nacientes de la garganta de Legrand parecen naufragar en una enorme tormenta de voces. La tormenta dulce, armónica y etérea que ellos mismos están provocado.

Silencio en el escenario. Victoria dibuja en el aire un corazón de considerable tamaño, lo arroja a su público y entonces sonríe. Euforia entre los destinatarios. Parece que todo está bajo control.

Suenan los acordes de Take Care y los fanáticos de Teen Dream predicen lo que el gesto significa: la despedida. El dueto se esfuma del escenario y las atmósferas luminosas que los acompañaron durante la velada también. Entre tinieblas y con instrumentos abandonados en el escenario, el respetable se vuelve a jactar de conocer el futuro inmediato; contiene la respiración y mira con expectante excitación hacia el frente. Beach House no se hace del rogar y la pícara sonrisa de Victoria hace acto de presencia. Camina lentamente y toma la ruta más larga hasta su lugar, como una novia tímida que sabe que tiene que irse, pero no quiere hacerlo sin haberse despedido una vez más.


La energía que se había quedado guardada unos minutos antes, ahora se libera con los acordes de 10 Mile Stereo. Así como ella, el público sabe que quedan pocos instantes antes de que la embarcación termine su viaje. De vuelta al silencio en el escenario y a la euforia frente a él. Ahora sí se encienden las luces, iluminando a todo el mundo como el sol que clausura la llovizna, el sol que todo el tiempo estuvo ahí.

Victoria -quien vuelve a regalar una sonrisa- y Alex -quien nunca dejó de hacerlo- dan media vuelta y salen por la izquierda sin mirar atrás. Como la novia que mira su reloj y sabe que no queda más tiempo para seguirse despidiendo.


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